lunes, 16 de agosto de 2010

Efectivamente, los profesionales a cargo de la unidad de información deben replantearse su rol. El papel tradicional durante los siglos XIX y XX estaba basado en la preservación de los documentos que constituían el acervo del centro que integraban. No obstante, con el desarrollo de la llamada sociedad de la información y de los nuevos soportes, el bibliotecario ha tenido que cambiar no sólo el tipo de perfil profesional sino también adquirir nuevas habilidades y, aún más especialmente, en las sociedades menos desarrolladas para que la información y la cultura puedan cumplir con los ideales democráticos que se corresponden a las propuestas de organizaciones internacionales tales como la IFLA o la UNESCO, preocupadas por el desarrollo de escenarios bibliotecológicos más equitativos.
De este modo, el rol social del bibliotecario ha sido preocupación de muchos profesionales. Ejemplos de la misma podemos encontrarlos en la siguiente selección de citas bibliográficas:

Os bibliotecarios nos países do Terceiro Mundo necessitam desenvolver um senso crítico em relação à política de informação, principalmente no que se refere à questão da transferência da informação. Não podem ficar omissos, nem alienados, absorvendo informações de modo passivo. Precisam desenvolver suas idéias e percepções, questionando o assunto, uma vez que são parte ativa desse processo (Amaral, 1995:1).

El perfil que se propone es muy ambicioso (un profesional muy bien formado en muchas y diversas disciplinas, algunas posiblemente cursadas durante sus estudios pero las más solo conseguidas a partir del aprendizaje autónomo) pero, desde un punto de vista estrictamente laboral, sólo se ofrece precariedad y un sueldo por debajo de sus prestaciones.
Además se le exigen una serie de aptitudes humanas muy específicas que deben convivir con otras comunes a toda la profesión (capacidad de comunicar, de tener un buen trato con los usuarios pero también la fortaleza emocional que exige un trabajo de estas características) (Vall-Casas, 2007:7).

El bibliotecario tiene una doble función en la promoción del cambio (educativo). Por una parte, como especialista en el tratamiento, la organización, la recuperación y la difusión de la información y como conocedor de los recursos de información destinados a los alumnos, tiene la oportunidad de crear mejores condiciones de acceso a dichos recursos y de facilitar su utilización entre la comunidad educativa, en función de las distintas necesidades. Por otra parte, como docente, enseña a utilizar correctamente estos recursos, tanto a los alumnos como a los profesores, para hacer posible la introducción de nuevos métodos de aprendizaje (Baro, 2003: 5).

La educación bibliotecológica –con raras excepciones- contempla pobremente los aspectos populares y sociales de la profesión (esto no ocurre sólo en Latinoamérica, pero quizás aquí sea más necesario, y, por ende, esta ausencia se note más) y no suele ocuparse de las bibliotecas “de trinchera”. Estas quedan en manos de profesionales que se sienten aislados, pero que luchan valerosamente por completar o mejorar su formación y por generar, con recursos casi inexistentes, servicios que respondan a las imperiosas necesidades de su comunidad (Civallero, 2006: 5).

En cada una de estas citas encontramos aspectos importantes que el nuevo bibliotecario debe contemplar: papel socializador y democrático de la biblioteca, formación continua, atención a los aspectos relacionales que muchas veces la currícula no tiene en cuenta (comunicacionales, pedagógicos, alfabetizadores, informacionales, tecnológicos, etc.).
El lugar de la biblioteca popular en la socialización de la información y en la creación de lugares de encuentro para la comunidad a la que sirve deviene fundamental para este nuevo milenio por lo que los bibliotecarios deben generar espacios de interrelación diferentes a los que usualmente aparecen en las representaciones sociales del erudito solitario acompañado por libros. La vida actual requiere de nuevos profesionales que socialicen las habilidades informacionales y promuevan la comunicación entre los lectores y visitantes de la biblioteca.
Desde su rol pedagógico, el profesional bibliotecario debe enseñar a aprender, ser el puente entre documentos, información y actividades que realiza la biblioteca y el público asistente. De este modo, convertirse en un mediador que permita a los usuarios crecer de diferentes maneras y no sólo mediante su ayuda sino aprendiendo a aprender. Así, deviene en operador cultural, promotor de los saberes de la sociedad en la cual se encuentra inserto. En efecto, el profesional deberá considerar importantes las necesidades de sus usuarios y ser creativo a la hora de ofertar actividades que permitan a la biblioteca generar un espacio público de encuentro:

Las bibliotecas están ahí para acompañar a las personas mientras crecen y para ello tienen que poner en acción, seleccionar y crear, una gran diversidad de materiales, recursos y servicios. Las preguntas de un usuario de 6 años son tan importantes como las de un profesor emérito y para poder solucionar sus necesidades se requiere el mismo rigor profesional. El primer gran reto al que se enfrenta un profesional que atienda a niños o jóvenes es su propio público. Y el primer escollo que debemos sortear, el primer peligro del que debemos salir airosos, es la tendencia a generalizar. Claro que este peligro igual lo corren los bibliotecarios que atienden a públicos de otras edades (Sánchez Tarragó, 2005: 4 - 5).

De este modo, las bibliotecas populares realizan actividades que traspasan los objetivos de fomento de la lectura y relación frecuente con los libros, como proponen organismos nacionales e internacionales, y se extienden a la socialización y consecuente desarrollo subjetivo de los infantes.
En esta línea, la presente investigación se propone aportar datos que contribuyan a conocer a la biblioteca popular como entidad socializadora. Efectivamente, se centrará en el análisis de las diferentes actividades realizadas en la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento de la Municipalidad de Lanús, con objeto de señalar distintos modos de creación de un ámbito que favorezca el desarrollo de relaciones interpersonales en niños de seis a diez años a través de diferentes actividades en torno a los libros y la lectura.
Estos niños van a madurar y desarrollarse a partir de la posibilidad que les brindan sus familias y comunidades educativas como también los roles sociales que juegan a partir de su vinculación en el ámbito de las bibliotecas. Así, el modo de vida social va a cobrar matices diferentes por ampliar su radio de acción a otros grupos, como en este caso, el mundo bibliotecario, una institución de la cultura.
A partir de las palabras, acciones y gestos emitidos por los profesionales bibliotecarios, los niños ingresan al mundo del libro y de las relaciones sociales. Es a través de otro que posee más conocimientos y habilidades que los infantes que pueden desarrollar, dentro de la zona proximal, sus capacidades potenciales. De este modo, la biblioteca popular como ámbito, promueve la socialización, particularmente en torno a la denominada sociedad de la información. La biblioteca es la encargada no sólo de la provisión de documentos sino también de la enseñanza y práctica de estrategias ciudadanas que, como explicita Javier Pérez Iglesias, se transforma en el principio de la actividad en la comunidad:

Para muchísimos niños, tener un carnet de la biblioteca es la primera vía para ser reconocidos como ciudadanos individualizados y la misma, un lugar donde pueden estar protegidos y cuidados a través de la vigía del bibliotecario, como lo merecen ahora estos hombres del mañana, porque el futuro es hoy (Pérez Iglesias, 1999).

No hay comentarios:

Publicar un comentario